jueves, 9 de agosto de 2012


XVI
El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.
¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar,
naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones
y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de
personas mayores.
Para darles una idea de las dimensiones de la Tierra yo les diría que antes de la invención de la
electricidad había que mantener sobre el conjunto de los seis continentes un verdadero ejército de
cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros.
Vistos desde lejos, hacían un espléndido efecto. Los movimientos de este ejército estaban
regulados como los de un ballet de ópera. Primero venía el turno de los faroleros de Nueva Zelandia y de
Australia. Encendían sus faroles y se iban a dormir. Después tocaba el turno en la danza a los faroleros
de China y Siberia, que a su vez se perdían entre bastidores. Luego seguían los faroleros de Rusia y la
India, después los de África y Europa y finalmente, los de América del Sur y América del Norte. Nunca se
equivocaban en su orden de entrada en escena. Era grandioso.
Solamente el farolero del único farol del polo norte y su colega del único farol del polo sur,
llevaban una vida de ociosidad y descanso. No trabajaban más que dos veces al año.

El Principito

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